De lo único
que me antojaba anoche al salir del pequeño establecimiento era prenderme un
cigarrillo, fumármelo en absoluto silencio. Oír la brasa consumir
lentamente el tabaco en la glacial noche quiteña. Procesar la intensidad, el
enajenamiento de la realidad del cual había sido parte.
Salía del teatro.
Asistí a una
producción llamada La Historia del
Zoológico en la cual, no sé si el término es protagoniza o co-protagoniza el
afamado Chunchi Zarumeño Mexicanizado. Quien en ocasiones anteriores fue participe
de las líneas de este blog, y hoy, me compelo a titularizarlo por el más grande
respeto y cariño que siento por él y el arte que siempre ha tenido a bien compartir
conmigo.
No no no, yo
no soy crítico de teatro, tal vez, técnicamente algún sabido podría tener un
criterio disparejo al mío. Guarden cuidado. No pretendo poner un rating a la
obra o vender entradas. Pero imaginen un pequeño teatro, con demasiadas sillas
y un escenario proporcional. La tensión se sentía desde que disminuyeron las
luces para dar inicio al acto. La presencia escénica, los diálogos mimetizaban
y el público centraba su vista en unísono a las manos de los actores. Desde la
cuarta fila en la que me encontraba observé las cabezas de enfrente coreografear
para no perder vista de elementos propios de la trama; existentes sólo por su
construcción escénica. El humor, pero el que se usa para romper momentos de tensión
acumulaban en él, un clímax que sigue desenvolviéndose en mí.
De buena
fuente sé que vas a leer estas pequeñas líneas que te dedico, y no te alabes.
Bajo ningún concepto mi pretensión es que no hay mejor actor que tú, o que beso
el suelo que pisas. Pero cuando una manifestación artística me deja con
chuchaqui, la única forma de quitármelo es escribiendo.
Comentarios
Correa saca réditos de ese odio. No dejemos que nos enfrente a unos contra otros, no le hagamos el juego. Ana