Por mucho que haya querido jugarla con calma; parar el balón, detenerme, alzar a ver y habilitar para gol. Mi inconsciente no me deja contenerme, no deja que mi cerebro gane esta batalla. Con ese flow, ese supercoolismo que me caracteriza, estaba yo jugándome todo. Tenia la primera cita de cajón, cine con canguil; infalible. Se habla lo justo, se hacen comentarios de la película y se deja en la casa a horas de gente.
Comenzó la función. Todo iba bien.
Error fue escoger la película del momento que conmovía a quién la veía.
Y no les voy a mentir, se me aguan los ojos en esas películas. Era uno de los puntos que había detonado varios mensajes de WhatsApp. Pero no contaba con que mi cerebro pierda con tal goleada la compostura.
Y no.. no es que me descompuse en lágrimas, no no va por ahí la cosa. Ella también estaba esperando desahogar un poco las ganas de llorar, disfrutar de la película con los cinco sentidos y dejarse llevar, a la final es parte de la experiencia del cine echarse un llanto de vez en cuando.
En el climax, en la parte más triste y conmovedora de la película estábamos con la lagrima en el ojo. El cine en silencio, se me empezaba a hacer el nudo en la garganta, ese que es justo antes que caiga la lágrima, ese que duele aguantarse... Mi cerebro con todo bajo control, o eso pensaba... En ese punto donde ya estas para que todo se vaya al caño y te largues a llorar, mi inconsciente se lanza al ataque y de una manera inexplicable ¡Mi mano se abalanza sobre la de ella (que también estaba a punto de llorar) y la toma por primera vez en un acto desesperado y apretando cómo cuando te van a poner una inyección!
No podía regresar a verla, sabía que le había cortado todo, que había arruinado la experiencia de la película. Pero si bien no lloramos nos largamos a reír. Yo solté su mano enseguida, como adolescente que se pone nervioso. No sabía cómo retomar el terreno que había ganado, ni tampoco sabía si debía tratar de retomarlo. No sabía si debía tomar su mano de nuevo o si pensaría que voy muy rápido. Si, si señor, a mis 29 años me preocupaba si podía tomar su mano o si debía ir más lento. Atolondrado y papelonezcamente salí de la sala del cine cuando se terminó la película y fui directo al baño a mojarme la cara.
Mi cerebro totalmente vencido, no volvió a tomar la punta, pero supe después que el de ella tampoco. Nos dejamos llevar por todo menos la razón, volvimos a salir y de ese día a ahora ha pasado un año, un año de dejar al cerebro a un lado.
Primeras citas son complicadas, pero primeras citas con papelones son historias, y primeras citas con papelones con segundas citas; esas son relaciones.
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