"Todas las noches mijito, mi papá nos reunía al rededor de la radio -claro en esa época no habrían televisores- y escuchábamos los nombres de los fallecidos en La Guerra. Mi papá no nos permitía perdernos ninguna transmisión, teníamos que escuchar si había fallecido algún primo o conocido". Nos contaba en una sobremesa la Nonna. Las sobremesas podían ser alegres y ocasionar indigestión de la risa; del mismo modo podían ser tenues, oscuras. Es que con tantos años y con tanta vida no todo podía ser alegría. Imaginen una pequeña niña italiana -risueña, rubia con ojos azules- sentada al pié de una radio oyendo atenta los nombres de una lista -me imagino interminable- de personas que habrían perdido su vida en una guerra. Al minuto siguiente, risueña nos decía con picardía -Mi tía Amalia...(risa) A mi, mi tía Amalia me enseñó a decir mi nombre María Emilia Bigalli Pippa Corbani Vincenzini Caparinni Cappeta- y claro, esto nos contaba moviendo la cadera en la silla y meneando las manos rítmicamente mientras recitaba su nombre. A partir de eso es fácil imaginarla de 5 años parada en una silla, recitando con esa voz infantil su nombre bailando y meneando su faldita.
Esa niña de una familia tradicional italiana de emigrantes, no importa el año, tiene todos los contrastes. Padres tradicionales y estrictos que formaban hijos italianos en medio de Guayaquil. Ella me contaba alguna vez que cuando hablaba italiano, se le burlaban o no la comprendían sus compañeras, y no era porque su italiano era malo; era porque era antiguo. Sus padres hablaban el dialecto antiguo italiano y eso aprendieron sus hijos en un país hispanohablante. Eso da la pauta de donde venia mi Nonna. Una pequeña Italia detenida en el tiempo en medio de Guayaquil. Habría de recibir becas para estudiar canto, habría de recibir invitaciones para nadar en competencias. Habría probablemente de recibir tantas cosas más y por la época, la mentalidad, el machismo, habría también de ser privada de todo aquello que le fue ofrecido. Pero no, no se imaginen que fue una mujer amargada, triste o rencorosa, al contrario, ella con el tiempo y la sabiduría que lo acompaña supo no solo mandar a la (...) a quienes le decían que no podría hacer una u otra cosa, sino que también las hizo.
En sus últimos días me contaron de la visita de una amiga de mi Nonna a su lecho de muerte. Subió las escaleras con la dificultad que acarrean los años y se presentó ante su amada amiga -yo no estuve allí pero me imagino como fue- con el respeto y la admiración que sólo se tienen las personas más excepcionales; le hizo acuerdo de tantas cosas que habían hecho juntas. Dispensarios médicos, becas para estudios, criado hijos por cuadrillas, viajes dejando atrás a sus esposos que no las querían acompañar... me imagino con el dolor con el que se presentó; y sin aires de lamentaciones trágicas fue a celebrar con ella su vida.
Del mismo modo espero poder hacerlo, celebrar a esa tierna mujer que sin decir mucho hasta hizo que se robaran una avioneta para conquistarla. Una mujer a quien ningún amanecido le iba a decir cómo o con quién podía o debía hacer algo. Una mujer que no se andaba con "pendejadas"; una mujer que hasta cuando vino la muerte a visitarla, la recibió con el único miedo de que la enterraran viva. La recibió con lucidez y humor.
Recuerdo cuando vinieron a llevarse los restos. Los cuatro hijos unidos y acompañando a su madre hasta el momento en que se iría de la casa. En el momento en que se cerraron las puertas despidiendo el cuerpo de mi abuela, se detuvo el tiempo. Los cuatro hijos se quebrantaron en el lugar donde estaban parados y lloraban inconsolables. Porque así deben llorar los niños que saben que su madre no volverá a acariciarlos con esas manos de mujer trabajadora, así deben llorar los niños cuando saben que la voz de su madre no les volverá a arrullar en las noches cuando tienen miedo. Así deben llorar los niños cuando injustificadamente la muerte arremete contra su madre. Sentí un relámpago caer en medio del estacionamiento donde estaba yo con esos cuatro niños quebrantados e indefensos.
Supe en ese momento que me volvería otro más de los miles que han perdido a sus abuelos, pero también me volví de los pocos que realmente disfrutaron de la mente lúcida de una mujer excepcional. Las manos talentosas y trabajadoras de María Emilia. Me convertí en el guardador de los recuerdos más atesorados en mi vida que son las historias de, y con mis abuelos. Me adueño de tantos mediodías que sin avisar fui para su casa a ver que podría almorzar y me iría cinco horas después habiendo pasado toda la tarde conversando con ella. Y me adueño, aunque mal y tarde de todo el amor, la ternura, la comida, el carácter y la vida que le adeudo a mi Nonna.
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