-¡Papi! ¡PAPI!... cooooorrre mierda que nos deja el vuelo-
Le grita una alegórica madre al hijo de 7 años
mientras le pega un sopapo en la nuca para que se apure.
El infante va cargado entre otras, la maleta de
mano, una colcha de tigre, las botellas de licor que le compraron al tío, el
nuevo celular conectado a los audífonos que le van ahorcando, los regalos del
dutyfree. El guambra corre. Perdón no corre, COOOORRRRE. Persigue a su mamá
quien, con ese paso de señora que se atrasa al bus -es como un galope elegante
de caballo chagra, no se despeina, no se agita, pero se mueve “breve breve”-
avanza abriendo camino en medio de la terminal para dar finalmente con la
puerta de embarque a UIO.
Yo llego minutos después y evidentemente falta al
menos una hora para embarcar, pero por alguna razón mis compatriotas no se
sientan, las sillas están vacías en la sala de espera. Todos están de pie -aglomerados
diría yo- al más puro estilo “parada del trole” frente a la puerta con sus agudos
sentidos alertas, acechantes. Atentos al mismísimo momento en que se abran las
puertas, para que puedan correr al avión a encontrar su asiento pre asignado.
Yo que no soy ningún pendejo, tampoco me siento, pues llevo poco menos de 30
años defendiéndome de la viveza criolla, yo sé que apenas se abran esas
puertas, será una avalancha, tal vez haya heridos, pero es un riesgo que
estamos dispuestos a correr.
Pero calma lectores, el Tata sabe que los asientos
son preasignados, ese no es el espacio que está en juego. Estamos peleando por
lo compartimentos de equipaje de mano, a simple vista será escaso.
En la espera escucho conversaciones aledañas, husmeando,
curioseando, enterándome de los chismes ajenos. Entre las conversaciones que
escucho, un par de mayorcitas -totalmente perdidas- comenta sobre el gringo que
está al lado de ellas –vele él no se sienta toca estar aquí esperando- yo me
regreso a ver y les digo –cual gringo señoras, yo soy quiteño- (error)
-haaaay no me diga joven,…- y empezamos a conversar.
Altavoz –cgggggg estimados pasajeros buenas tardes,
lamentamos informar que se va a realizar un cambio de puerta…-
Al segundo en que se anuncia la nueva puerta,
comienzan los juegos del hambre. Los ecuatorianos arrancan, desaforados con
todas sus pertenencias a correr por la terminal. Los gringos desentendidos
absolutamente de la salvaje avalancha corren también, no saben por qué, pero
corren. Yo sin ser grosero les digo a las señoras, nos vemos en la otra puerta,
y al preciso momento en que pretendía correr, me toman del brazo las adorables
señoras y me dicen –Joven, no nos ayuda cargando la maleta- como no me criaron
de otra forma, dejo que me tomen del brazo y acomodando sobre mi lomo sus
maletas les digo -vamos madrecitas no se pierdan…-
Y es así amados lectores, como una vez más por acto
de nobleza inigualable, me quedé sin espacio para la mochila, llegué último a
todas las filas de migración y aduanas, y salí último del Aeropuerto Mariscal
Sucre de esta ciudad de Quito.
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