Me desperté como todos los días, creo. Nunca comprendí mi condición. Sentado en una silla marrón de comedor renacentista con respaldar de gamuza roja, el espacio en el que vivía se definía con tres paredes, una mesa de primer plano, y de segundo plano estaba yo sentado mirando hacia la pared que no existe, por la que todos me ven.
Pocos son los recuerdos que tengo de mi vida, no me puedo mover, solo mirar para todos los lados. Millares de personas me observan y comentan sobre mi condición, sobre mis sombras, mis texturas, mi luz. Lo que puedo hablar, lo he aprendido al escuchar a las personas, tan conocedoras de mi oficio como cualquiera que pasan por mis perímetros comentando. La razón por la que tengo conciencia de mi existencia es por ella, cuando pasó un día por la pared y me regresó a ver. Se fijó en mí antes que en la mesa primer planista. Me miró por largo rato y puso su mano debajo de su barbilla al observarme. No supe que hacer, nunca me había fijado yo en quienes me veían, fue su aroma a café y cigarrillo fue el que lleno mi cuarto, y no el olor amargo del óleo que penetraba mi existencia. Quise moverme, decirle algo, saludarla o al menos hacerle notar que me había fijado en ella, de la misma forma en la que ella se fijaba en mí, pero se fue alejando lentamente. Caminando hacia un lado mirándome por encima de su hombro hasta que desapareció.
Hasta ahora, no ha vuelto. Ahora soy yo el que postrado en mi silla, con la suavidad de la gamuza, observo a la gente pasar. Los veo de todas las formas, algunos vienen desde la derecha, otros desde la izquierda, no creo que podrían venir de otro lugar ya que mas allá de la pared que no existe, y cruzando algo que la gente llama “pasillo” hay mas como yo. Alguna vez traté, cuando las luces ya están apagadas y solo se ve una luz roja tintineando en la oscuridad, traté de comunicarme con ellos, con los que están en otros lugares… como yo. Gritando de lo más ancho de mis pulmones, traté de hacerles entender que yo existía. Pero en el lugar del frente las señoras disfrutan de una agradable tarde interminable de campo. Son cuatro las señoras, ellas no se interesan en mí, creo que es por que están acompañadas y no conocen la melancolía o la soledad que sin duda para arruinaría su día.
Al lado de ellas solo puedo ver la mitad de otro espacio, no hay mucho que ver, solo es un montón de rayas que recorren de un lado al otro el cuadro, explotando en millones de puntos de diferentes colores que sobresalen del espacio casi como si hubiera música retumbando, pero yo no puedo escuchar. Así he pasado el tiempo viendo a otras personas riendo, a rayas que no tienes facciones, expresar sin fin su melodía de euforia; mientras yo tengo como acompañante a un plato de frutas opacas que son lo mas atractivo que hay en mí espacio.
No logro entender que hago aquí, sentado sin poder saciarme, es como si quien me haya creado quiso que mi destino sea el de ver a otros ser felices a sabiendas yo no podré saciarme jamás.
Me rehuso a aceptar mi condición, lleno de ira y euforia arranqué mis brazos de la silla y me levante del lugar donde estuve postrado durante una eternidad Caminé hacia la mesa y viendo atrás, mire parte de mi existencia desangrándose, el óleo que me había creado se regaba por el piso alrededor de la mesa y se chorreaba hacia fuera donde vi a tantas personas contemplarme, corrí hacia la pared que no existe y en un óleo sobre lienzo de 70 x 45 me desvanecí hacia el pasillo de los impresionistas destrozando mi propia existencia y la razón por la que me habían creado. Me destruí, destruí el arte, destruí el legado que algún maestro dejo conmigo, melancolía sin amor.
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