En mis tiempos de chasqui judicial, un día viví tal vez la más repugnante experiencia en una institución pública (o cualquier lado). No se confundan, me atendieron muy bien, obtuve mis resultados favorables en la tarea encomendada, no por nada me decían ""Mensaje a Garcia". Mi experiencia repugnante, y advierto, me vino a la memoria para iluminar nuevamente estas páginas, y si son asquientos... no lean más.
Un joven apuesto pasante, punto en blanco -con los ternos heredados de todos los tíos- de esos ternos que los pantalones son 39 y el sastre hizo milagros para dejarlos en un esbelto 33 cuando yo era 30. De esos ternos que los hombros no se pueden meterme más y las mangas me llegaban casi a los codos. Las corbatas -trofeos de hippsters- que aún no existían, regaladas no... olvidadas en el fondo de los armarios con diseños de los ochentas tomadas por mi mamá diciendo -¡pero si está hermosa! Y va con todas tus camisas-, las camisas si eran mias pero de cuando tenía quince años, el cuello ni los puños cerraban y los colores respondían únicamente a los excéntricos gustos de mi adolescencia. Pero ahí estaba, irresistible cómo de costumbre, poniendo un pie delante de otro para aventurarme al mundo de la tramitologia del pasante de derecho, épocas gloriosas donde uno se conoce direcciones de insitituciones que no existen, nombre de secretarios que no asisten, y toda y cualquier artimaña para certificar cualquier copia, hasta de una servilleta de papel.
En esta ocasión La Comisaría, no sé que se hacía ahí, hasta ahora nadie sabe, ni ellos. Pero me habían encargado obtener copias de algún proceso, llegué y solicite la carpeta y me acomodé en un bordillo a esperar.
Esta comisaría estaba ocupando una casa vieja de piso de madera y la chimenea había sido adecuada cómo asiento de espera. Me senté y mientras esperaba un sujeto bien entrenado con pañuelo y Rolex se sienta ai lado.
Sonreí y saludé con la cabeza, él a mi lado hace lo propio.
El silencio de los que esperan se rompe por este sujeto -no porque empezó a conversar- sino porque empezó a sonarse la nariz de tal manera que temblaba el piso de madera. Sus licuadas secreciones vibraban a tal ritmo que las ventanas retumbabam. Ustedes dirán -se sonó la nariz, o sea Tata, tampoco es para tanto- y yo les digo, calma.
El sujeto no contento con habernos dejado sordos empieza (no conozco otra forma de decirlo) a jalarse la flema, si, a JALARSE la flema; y después de unos buenos 15 segundos enmudece. Me imagino que se había tragado, pero no, la habría acomodado bajo su lengua... ¿cómo sé esto? Porque se arrima hacia adelante y deja caer lentamente su desagradable secreción en el piso ¡ADENTRO del establecimiento!
Sus ojos y los míos chocaron me imagino que habrá visto en mi cara tal repugnancia qué con el zapato exparce su regalito hasta que queda pintado el piso alrededor de nuestros asientos.
No recuerdo bien que reacción tuve, puede ser que se me bajó la presión o salí a tomar aire con la cara verde.
Pero en fin, espero que pueda imaginarse bien a este sujeto y sus acciones, pero sobre todo la cara de asco desconcierto y repudio de su gran y fiel amigo.
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