-Mis, momentos felices Tata. No los tuyos-
Empezó de esta manera la historia que me contaba uno de los más ilustres personajes de las páginas de Se Jodió El Paseo.
En Capelo, una región del campestre Valle de los Chillos, existía una guardería “Mis Momentos Felices” a la que asistían los críos Del Hierro de varias sepas. Iban, como contaba uno de ellos, una mañana en el antiguo jeep del Kiko, y otra en el Suzuki Forza del Pablón. Eran cuatro los críos. En el viejo jeep, en el asiento de adelante conducía el Kiko y, en orden de estatura, no de edad, Anres, Rafa, ñaño Juan y nacho acompañaban; iban todos delante porque en la segunda fila viajaban cómodamente los tanques de la leche. Naturalmente en botas de caucho y cantando a viva voz -¡que pise el hueco, que pise el hueco!- ya que en los asientos desgastados del jeep cada bache ocasionaba que los niños salten hasta golpear el techo y evidentemente desencadene risas hasta que duela la panza.
En cambio en el más pequeño Susuki, por mucho que los críos coreaban su unísono, el viaje era recatado, cuidando los ejes y latas del fatigado coche.
El viaje era nada más la cereza del pastel ya que lo verdaderamente gracioso fue la reunión de padres de familia a la que sus progenitores fueron convocados.
En la reunión las maestras hablaban acerca de una conducta preocupante, escandalizante para un niño de 4 años.
Rafita, contaba la maestra aterrada, se para en el zaguán de la pequeña casa de madera donde los otros niños juegan a la familia, y gritando a viva voz anuncia “¡PRIIIIIIIIIMOS, nos tomamos un traguito!”
Ojo, esta conducta con los años no ha menguado, se ha fortalecido y es por historias tan gratas cómo está que pocas veces podemos negar acompañarlo.
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